Para bien o para mal -eso solo el tiempo lo dirá- la figura de Matteo Renzi ha llegado a la política italiana de forma disruptiva. Tras casi dos décadas en las que el debate político se centró en la figura de Silvio Berlusconi y en la división neta e inalterable entre sus admiradores y sus detractores, el exalcalde de Florencia y flamante primer ministro ha imprimido una aceleración inesperada al debate y a los procesos políticos en Italia. Esto, inevitablemente, genera una serie de resistencias y de críticas por todas partes, tanto en la izquierda, como en la derecha. Y es que, si algo había obtenido el largo estatus quo ‘berlusconiano’, era una clara configuración del debate y una rígida cristalización de las identidades políticas.
La división fundamental o ‘clivaje’, como diría el politólogo Stein Rokkan, en torno al cual se dividió la sociedad italiana a lo largo de la llamada Segunda República, fue Berlusconi. Tras la caída del muro de Berlín, la partición ideológica clásica entre izquierda y derecha encontró de esta manera la forma de reactualizarse, cada una manteniendo sus referentes históricos y simbólicos, sin tener que ponerse realmente en discusión. Ser ‘anti-berlusconiano’ se volvió sinónimo de izquierda; ser ‘berlusconiano’, sinónimo de derecha. La radicalidad de la contraposición entre las dos partes dotó a las dos facciones de una cohesión que en realidad no tenían y permitió evadir debates muy complejos y potencialmente polémicos en relación a cuestiones políticas concretas.
La consecuencia principal de esta fuerte polarización del debate político fue el bloqueo de la democracia italiana y su transformación en una guerra de posición entre dos facciones. Como la posibilidad de hacer acuerdos para llevar a cabo las reformas institucionales necesarias quedaba seriamente limitada, izquierda y derecha, alternándose en el poder, se limitaron a hacer y deshacer lo que habían hecho antes los otros. Esta situación, que a las élites políticas pudo incluso agradar, puesto que los votos estaban garantizados y las responsabilidades divididas, sin embargo, tuvo dos consecuencias fundamentales. Por una lado, el lento pero inexorable distanciamiento de los electores respecto de la política. Por otro, la escasa toma de decisiones y por tanto el agravamiento de los problemas endémicos de la sociedad italiana: poca competitividad, deuda pública, corrupción, desempleo, etcétera.
La llegada de Renzi al poder ha barajado las cartas de manera radical e inesperada. No es casual que hoy uno de los temas que más apasiona a los italianos sea si Renzi es de izquierda o de derecha, algo que resulta perfectamente entendible si se toma en cuenta lo que hemos dicho. Si ser de izquierda o de derecha hacía referencia, en cada caso, a una nebulosa poco definida pero muy sentida de historias políticas, de estéticas y de abstractos valores contrapuestos, que tenían como único elemento aglutinante el de estar a favor o en contra de Berlusconi, Renzi, que desde un principio se ha desmarcado de esta lógica, hizo volar por los aires toda certeza y toda identidad.
Los electores de izquierda, de repente, se encontraron con un líder que como primera cosa decidió pactar las reformas institucionales con Berlusconi, el enemigo de siempre; que tiene un estilo humano y político ligero y poco ideológico que le hace muy diferente al típico y austero líder post-comunista; que plantea reformar el sistema económico sin aceptar vetos de los sindicatos. Los electores de derecha por su parte, se encontraron con un líder que por carisma y forma de comunicar les recuerda a Berlusconi; que no los considera la parte impresentable del país sino ciudadanos como los demás y hasta potenciales electores; que plantea reformas que pueden devolver dinamismo a la economía y al país. ¿Cómo no confundirse?
Lo que emerge con mayor claridad de estos ejemplos es el nivel de parálisis y desfase del debate político italiano. En este sentido, la llegada de Renzi, por el solo hecho de hacerlo patente, no puede sino ser saludada positivamente. La ‘nevera berlusconiana’ en la que se ha mantenido la política italiana en las dos últimas décadas ha hecho que tanto la izquierda como la derecha se anquilosaran en torno a simbologías históricas (comunistas versus fascistas), a estéticas culturales (por ejemplo: música de autor versus música pop) y a valores abstractos (igualdad versus libertad) en vez de dejarse desafiar y retar a su vez a la contemporaneidad.
Esto ha sido particularmente evidente para la izquierda. La oposición a Berlusconi ha determinado una esterilización significativa de la dialéctica interna del área progresista, el lento desapego de la realidad social del país y la postergación a un futuro indefinido de muchos debates fundamentales. En este contexto, fue posible evadir y no tener que dar respuesta a preguntas cruciales, por ejemplo: ¿cómo modernizar al estado de bienestar de manera que sea sostenible? ¿cómo hacer competitiva la economía sin dejar de lado valores como la equidad y la solidaridad? ¿cómo mejorar las capacidad de decisión del sistema político fomentando a la vez nuevas y más eficaces formas de participación? Esconder estos enormes desafíos detrás del “coco” Berlusconi y no ofrecer un proyecto político concreto y capaz de dar respuestas a la sociedad ha sido el error más grave.
Para que la política italiana pueda dar el salto que el país necesita, la propuesta y la figura de Renzi, ya no pueden ser evaluadas a partir de posiciones nostálgicas, estéticas o excesivamente abstractas. La complejidad de los problemas que afectan a la sociedad italiana y los retrasos acumulados a causa de la ‘guerra civil de baja intensidad’ de los últimos veinte años, requieren propuestas y decisiones claras. En particular para la izquierda, esto quiere decir aceptar el desafío de cambio propuesto por Renzi y, dentro de ese desafío, ser capaz de reencontrar su identidad y sus valores. Lo que signifique ser de izquierda hoy, será, como en cada época, una pregunta incesante, una hipótesis en permanente construcción y disputa. Lo que está claro es que Renzi ya no será de izquierda si es ‘anti-berlusconiano’, si persigue la línea de los sindicatos o si cita a Berlinguer. Lo será si los efectos de su política hacen de Italia un país socialmente más justo.
0 comments