¿A dónde va la izquierda italiana?

En un año políticamente fundamental para el futuro de Europa, empieza estos días en Italia el Congreso del Partido Democrático. Entre finales de marzo y primeros días de mayo, los militantes y simpatizantes del PD procederán a la elección de su nuevo secretario general. Después de la contundente derrota en el referéndum constitucional del diciembre pasado –que le costó la Presidencia del Gobierno–, Matteo Renzi intenta reconquistar el liderazgo de un partido plagado por las divisiones, en gran medida relacionadas con su figura. Por encima de las trivialidades de un debate interno, a menudo lastrado por egos y ambiciones personales, la globalización (y sus víctimas) se ha convertido en el mayor factor de disputa entre los candidatos. Al igual que en muchos países de Europa, la postura en torno a la dialéctica entre apertura y proteccionismo está dando lugar al surgimiento de diferentes tipos de izquierdas, a menudo en competición entre ellas.

No es una coincidencia que cada uno de los candidatos dedique amplias partes de su manifesto al tema del Brexit y de la victoria de Donald Trump en las últimas elecciones de Estados Unidos. Aunque todos los candidatos parecen coincidir en la incapacidad de los partidos progresistas a la hora de interpretar el sensación de de inseguridad generada por la integración de los mercados, existen diferencias claras a la hora de proponer posibles soluciones.

El exsecretario Renzi, fiel a su estilo, ha prometido tomarse muy en serio las propuestas de los “nuevos nacionalistas” con el objetivo explícito de refutarlas. No se trata de insistir en inútiles demonizaciones o de caer en una retórica esnobista que vaticine la “catástrofe” en el caso de que “los populistas” llegasen al poder. Al contrario, el objetivo de Renzi es el de tomar uno de los principales argumentos de los movimientos populistas –sólo las fronteras nacionales permitirían una recuperación de la soberanía y del control democrático sobre la economía– y demostrar su falacia. El estado nación, según su visión, posee una limitada capacidad de proporcionar las respuestas correctas en un mundo en constante integración. Cuestiones como las migraciones internacionales, el cambio climático, el bajo crecimiento económico o la defensa no se pueden dejar al albur de los intereses nacionales de los estados, sino que deben ser tratadas a un nivel institucional superior.

Por esto, Renzi propone que las mayores democracias europeas lideren una fase de reformas de las instituciones comunitarias que permitan alcanzar a la vez más integración y más control democrático. Se trata, en particular, de reformar los tratados europeos para que el presidente de la Comisión responda finalmente al Parlamento Europeo y para que el método supranacional de toma de las decisiones se imponga sobre los acuerdos entre gobiernos nacionales. En esta misma línea de reformismo radical, los problemas económicos y sociales que afectan a las clases medias y medio-bajas, en Italia, podrán resolverse solo a través de un programa de vastas innovaciones que transformen a su anquilosada economía e ineficiente burocracia.

En el lado opuesto del espectro, Michele Emiliano, actual gobernador de la región de Puglia, intenta desafiar a Renzi a través de una plataforma que promete mayor atención hacia los “perdedores” de la globalización. Emiliano se refiere, sobre todo, a los jóvenes excluidos por los mercados internacionales y a los trabajadores industriales empobrecidos por los procesos de deslocalización. En vez de liberalizar el mercado laboral o de abrirse aún más al capital internacional, Emiliano aboga por una reforma del sistema fiscal capaz de generar nuevos ingresos para financiar amplios programas de gasto social. El intento de Emiliano, que encuentra su inspiración en experiencias como las de Podemos o Syriza, es el de dar un tono izquierdista a las tendencias populistas presentes en la sociedad italiana y así evitar que se conviertan en la gasolina de los movimientos soberanistas de derecha. Emiliano es, quizás, el candidato más débil, pero su gran popularidad en el sur de Italia hace que no se pueda subestimar.

Por otro lado, Andrea Orlando, el actual ministro de Justicia, intenta conjugar sus firmes convicciones europeístas con un tono político más socialdemócrata. Según Orlando, la globalización es capaz de generar oportunidades y crecimiento económico, pero también nuevas formas de desigualdad. Por esta razón, aboga por una redefinición de las políticas europeas en clave más social. En vez que perseguir una difícil y quizás muy idealista reforma institucional de Europa, Orlando se enfoca más explícitamente en la “nueva cuestión social” con el objetivo de reducir pobreza y desigualdad. Por esto, Orlando propone una renovada alianza entre los partidos y movimientos de la izquierda europea, con el fin de presionar a las instituciones de Bruselas –dominadas en buena medida por el Partido Popular– en la dirección de un New Deal europeo basado en la inversión masiva en tecnología, medio-ambiente y defensa.

Como se puede notar, el debate congresual no concierne solamente la selección del futuro Secretario General y aspirante primer ministro. El resultado determinará también el tipo de izquierda que se impondrá en Italia en el próximo ciclo político. La tentación de tomar el camino de políticas más proteccionistas está presente en la retórica y propuesta de Emiliano, mientras que con toda probabilidad, Renzi jugará la carta del defensor del orden liberal-progresista que él identifica sobre todo con el expresidente Barack Obama y el candidato a las presidenciales francesas Emmanuel Macron. En el medio, Orlando promete restablecer un canal de dialogo privilegiado con los sindicatos –uno de los blancos polémicos de la Tercera Vía de Renzi – y prestar más atención a los bloques sociales tradicionales de la izquierda italiana. Renzi es el candidato favorito según los sondeos, pero Orlando representa su competidor más creíble.

Mientras los candidatos intentan mantener, con dificultad, un clima de relativa cordialidad y mediación, el debate sobre la globalización y la integración económica traen a la luz visiones políticas no muy fáciles de reconciliar. La izquierda y la derecha no han desaparecido, pero la globalización se ha demostrado capaz de generar nuevas fracturas dentro de cada una de ellas. Las diferentes maneras de interpretar el proceso de globalización y sus efectos en la vida de las personas llevan al surgimiento de nuevos tipos de izquierdas, en competición entre sí. En este sentido, Italia no representa una excepción. Pero según las encuestas, los electores del Partido Democrático no desean ulteriores divisiones que con toda probabilidad entregarían la victoria electoral al Movimiento 5 Stelle de Beppe Grillo.

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