Durante la campaña electoral de 2016, Donald Trump ha prometido una reestructuración de las relaciones con aliados tradicionales como la OTAN y la Unión Europea. Ha abrazado una visión supuestamente menos intervencionista del uso de la fuerza, pero también más unilateral y menos basada en la cooperación con aliados. Ha mostrado, además, una clara preferencia por las relaciones bilaterales con “lideres fuertes” (sobre todo Vladimir Putin) para resolver algunas de las cuestiones más relevantes en Europa Oriental y en Medio Oriente. El objetivo declarado es el de una política exterior más enfocada en el interés nacional, capaz en definitiva de hacer “America great again.” Después de los primeros cien días de su Presidencia, la impresión general es que por un lado la improvisación ha sustituido los propósitos de campaña y por otro lado, algunas de las decisiones tomadas por el magnate, no parecen muy prometedoras desde el punto de vista de la mejora de la posición internacional de Estados Unidos.
Donald Trump parece haberse afianzado, hasta el momento, a una visión muscular de la política exterior, no tanto en términos de uso de la fuerza sino más bien desde el punto de vista de la capacidad de imaginar la posición de Estados Unidos en el mundo. Según Trump, los Estados Unidos son una potencia en declive y la razón principal reside en que en las últimas décadas el país ha tenido que soportar gastos excesivos en términos de mantenimiento del orden internacional liberal. Las alianzas militares y comerciales, el compromiso hacia la seguridad, el papel de guía del mundo liberal-democrático: todos estos aspectos, según Trump, han salido demasiado caros para el país. Sobre todo, Trump no se siente cómodo con los Estados Unidos perteneciendo a una densa red de alianzas y reglas internacionales que limiten su capacidad de perseguir sus intereses nacionales proyectando una imagen de país débil, indeciso, al cual se le puede chantajear. La solución, según Trump, se encuentra en un país más unilateral, menos atento a convencer y más interesado en imponer, digan lo que digan los demás. Una visión del poder “hard”, basada en ambiciosos programas de inversión en armamentos, probablemente para volver a aquella sensación que los Estados Unidos sintieron en los primeros años de los noventa: ese país unchallengeable, que nadie puede desafiar y que puede perseguir la hegemonía mundial.
Estas novedades no parecen coherentes con el objetivo de mejorar la posición internacional del país. En un mundo cada vez más interdependiente y basado en la difusión a gran escala de la información y de la comunicación, el unilateralismo y el poder duro pueden resultar insuficientes. Los conceptos de guerra, diplomacia, política exterior van cambiando rápidamente y requieren la imaginación de una estrategia más compleja y capaz de integrar todos los recursos de poder. Un poder “smart” en las palabras del politólogo Joseph Nye, en el cual los recursos, inclusa la capacidad militar, no se utilicen sólo para imponer voluntad sino también para convencer, atraer, y proyectar valores.
En este sentido, la decisión de bombardear a Siria, de manera unilateral, sin consultar a ningún aliado y sobre todo sin ningún atisbo de estrategia de medio plazo, difícilmente podría verse como un éxito para la presidencia Trump. No sólo podría tener consecuencias negativas en las ya difíciles relaciones entre Estados Unidos y Rusia sino que también proyecta una imagen tosca de un país que improvisa y que no considera sus aliados a su nivel. Además, es la demostración plástica que en un mundo en el cual las guerras tienen lugar más adentro de los estados que entre ellos, más entre grupos irregulares que entre ejércitos, un bombardeo extemporáneo, descontextualizado y motivado por razones de política doméstica no tiene ningún impacto en la resolución política de un conflicto civil.
De igual manera, las desagradables declaraciones sobre la Unión Europea y el apoyo al Brexit británico, empeoran la posición de Estados Unidos frente al bloque político-comercial que les ha mantenido en posición de primacía tanto tiempo. Si es cierto que Europa muestra señales de declive que pueden justificar una redirección de la política estadounidense hacia otros escenarios (como Asia), pero es también cierto que Europa sigue representando el mayor mercado económico para Estados Unidos, además de incluir a algunos de sus aliados más históricos. En un mundo de opiniones públicas que interactúan y en parte se influencian recíprocamente, muchas veces de manera independiente de la voluntad de los estados, debilitar la imagen del Estados Unidos en países como Alemania, Francia, Italia y España difícilmente llevará a una mejora de su posición internacional.
En conclusión, la actitud desafiante de Trump hacia instituciones internacionales como la OTAN, la Organización Mundial del Comercio o la Unión Europea, lejos de favorecer un aumento del poder de Estados Unidos en el mundo, podría más bien representar su mayor error en el medio plazo, porque son instituciones, en gran medida, creadas bajo los auspicios de los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Al comienzo cumplían sobre todo un papel de seguridad y alianza frente al enemigo soviético pero progresivamente han sabido crear un sistema de reglas, normas, e procedimientos que, aunque en relativa crisis, siguen orientando la manera de concebir el mundo de los principales aliados de Estados Unidos además que de la mayoría de sus ciudadanos. El liderazgo de Estados Unidos en el mundo liberal-occidental no ha sido motivado por generosidad o altruismo, ha sido la manera más efectiva para proyectar su poder a escala global, tanto a través de su superioridad económica-militar, como a través de su capacidad de atraer a otros estados en una red de valores y reglas que han garantizado una relativa paz y prosperidad en Occidente.
La decisión de retirarse parcialmente de sus compromisos y alianzas y de mantener una actitud más unilateral y conflictiva hacia el resto del mundo occidental difícilmente hará “America great Again”. Recuerda más bien la actitud de dispararse en un pie. Si los Estados Unidos no intentaran volver a un ejercicio de poder complejo, capaz de integrar la habilidad para hacerse valer con la necesidad de convencer y actuar de una manera que pueda parecer legitima a la mayoría de sus aliados, no sólo verán su imagen internacional disminuida sino que se encontrarán mas solos, y en definitiva menos seguros.
Una versión más amplia del presente artículo ha sido publicada en Esglobal: https://www.esglobal.org/great-again/
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