La política exterior del futuro gobierno italiano

Las felicitaciones que han llegado a Giorgia Meloni desde gobiernos euroescépticos, como los de Polonia y Hungría, o de movimientos nacional-populistas, como Vox en España o el Front National en Francia, unidas a algunas declaraciones de los socios de coalición, Matteo Salvini y Silvio Berlusconi, sobre Rusia, podrían indicar un cambio abrupto en la política exterior de Italia. Si nos basáramos solo en las intenciones, es probable que esto pueda suceder. Por ejemplo, tanto Berlusconi como Salvini tienen un largo historial de relaciones con Vladimir Putin. Sin embargo, para llevar a cabo cambios radicales en la política exterior de un país, no valen solo las declaraciones, sino, sobre todo, los incentivos y obstáculos, tanto nacionales como internacionales, con los que cada gobierno tiene inevitablemente que lidiar. En este sentido, los obstáculos para el futuro gobierno parecen superiores a los incentivos.

            Desde el punto de vista nacional, es cierto que la coalición ganadora disfruta de una cómoda mayoría en ambas cámaras del Parlamento, algo que no sucedía en Italia desde las elecciones de 2008. Además, el mal resultado electoral de Salvini y el crepúsculo de Berlusconi proporcionan a Meloni un liderazgo claro e indiscutible. Finalmente, existe en el país cierto consenso respecto a la necesidad de modificar el comportamiento de Italia en Europa, por ejemplo, aflojando los límites de gasto impuestos por la UE o renegociando parte del Plan de Recuperación. Esto es el reflejo de un más amplio «cansancio» con la UE, cuyo apoyo se ha ido reduciendo en la sociedad italiana a partir de 2011. No casualmente, a excepciones del último gobierno Draghi, ninguno de los gobiernos italianos más recientes, incluyendo los liderados por el europeísta Partido Democrático, ha renunciado a criticar la UE sobre cuestiones fiscales o migratorias.

            Sin embargo, el contexto nacional italiano presenta también obstáculos que limitarán la acción exterior del futuro gobierno. La coalición ganadora presenta más divisiones de las que se han visto en la campaña electoral. Mientras que Fratelli d’Italia, de Meloni, ha mantenido posiciones atlantistas y de apoyo a Ucrania, la Liga de Salvini ha expresado con contundencia la voluntad de renegociar, o incluso eliminar, las sanciones a Rusia. A esto se añade que el resultado electoral ha generado cierta «ilusión óptica». Las diferencias en términos de votos entre los que apoyan y los que rechazan la coalición de derechas son más pequeñas de lo que parece, aumentadas por una estrategia electoral suicida del centroizquierda y por un sistema electoral que castiga la falta de unidad. Sin olvidar que el voto se enmarca en el contexto de una abstención sin precedentes. Finalmente, el sistema político sigue siendo el mismo que, desde la aprobación de la Constitución en 1948, tiende a debilitar los gobiernos, incluso cuando gozan de una mayoría absoluta. Por ejemplo, a diferencia del sistema español, donde para echar a un gobierno hay que presentar una moción que indique también el presidente de Gobierno que se elige en su lugar, en Italia, la moción de censura no prevé esta necesidad. Para que la moción de censura prospere, es suficiente con que una mayoría de una de las dos cámaras vote en contra del gobierno, sin tener que indicar un ejecutivo alternativo. Esto otorga a cualquier partido de una coalición el poder de decidir, o amenazar, el momento en el que deja de apoyar un gobierno, pudiendo provocar, junto al resto de la oposición, su dimisión. Esto ha sucedido continuamente en Italia, permitiendo a partidos ideológicamente antitéticos unirse solamente para llevar a cabo una votación que permita echar el gobierno, o para forzar su dimisión sin necesidad del voto en aula.

            Desde el punto de vista internacional, es cierto que el futuro gobierno podrá buscar el apoyo a sus iniciativas en gobiernos ideológicamente afines, por ejemplo, en Hungría o Polonia. Esta red podría incluso volverse global, en caso de que Donald Trump volviera a la presidencia de Estados Unidos. Además, el gobierno podría suavizar el posicionamiento actual de Italia frente a potencias autocráticas, sobre todo Rusia, aprovechando las divisiones que podrían materializarse en Occidente como efecto del empeoramiento de la crisis energética. En Italia, de hecho, han sido muchos los gobiernos que, en determinadas circunstancias, han intentado buscar una política exterior más autónoma. Por ejemplo, a pesar de la alianza atlántica, Italia nunca renunció a buscar una relación con la Unión Soviética durante la Guerra Fría, o a defender sus intereses de manera más unilateral en Medio Oriente. El caso más reciente ha sido el gobierno de coalición Liga-Cinque Stelle que, en 2018, intentó intensificar las relaciones comerciales con China, llevando al límite la paciencia de varios socios europeos.

            Sin embargo, también el contexto internacional presenta poderosos obstáculos. Italia forma parte de una red de alianzas muy establecidas de las que es también socio fundador, como la OTAN y la UE. Es cierto que hasta las alianzas más consolidadas pueden debilitarse. Sin embargo, en el caso de Italia, se trata de verdaderos vínculos externos que, en muchos momentos de su historia, le han proporcionado, y lo siguen haciendo, bienes públicos imprescindibles, por ejemplo, la seguridad militar o la estabilidad económica. Más allá de las críticas, recurrentes en el debate nacional, a «los burócratas de Bruselas», los líderes italianos, sus diplomáticos y sus altos mandos militares saben que Italia no tiene recursos suficientes para vivir al margen de sus alianzas. Además, el futuro gobierno tendrá, muy probablemente, que lidiar con unas crisis económica, inflacionística y energética que, lejos de crear una oportunidad de autonomía, aumentarán la dependencia del país de los paraguas europeo y atlántico. En campaña electoral se pueden decir muchas cosas. Hasta se puede uno permitir el lujo de hablar de las alianzas establecidas como si fueran el hombre del saco, para conseguir más votos de una ciudadanía desilusionada y preocupada. Pero ya viene el invierno. Y, fuera de tales alianzas, hace mucho frío.

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