El Gobierno de Matteo Renzi cumple en estas semanas dos años. El intento de reformar el sistema político sigue siendo el objetivo fundamental del Ejecutivo italiano, que se está preparando para la que será la batalla final de esta primera etapa. En el próximo mes de octubre, se celebrará en Italia un referéndum constitucional en el que los italianos deberán decidir si aprueban las reformas promovidas por el Gobierno o si prefieren mantener el statu quo. Se trata de una batalla política decisiva por dos razones. Por un lado, porque intenta resolver el histórico problema que afecta a la democracia italiana: la falta de gobernabilidad y permanente inestabilidad. Por otro, porque decidirá el destino político del primer ministro, que prometió retirarse de la política en caso de una negativa popular a su propuesta.
La principal propuesta del proyecto de reforma es la eliminación del llamado “bicameralismo perfecto”, es decir, un sistema parlamentario compuesto por dos cámaras con idénticas funciones. En la nueva configuración, el Senado perdería buena parte de sus funciones legislativas, además del poder de otorgar la confianza al Gobierno, limitándose sobre todo a la representación de las instancias locales. Algo parecido a lo que ocurre en España o en Alemania. Esta medida busca simplificar el proceso decisorio y aliviar la endémica ineficacia de los Gobiernos italianos. Hasta el día de hoy, cualquier proyecto legislativo debe ser aprobado de manera idéntica por ambas ramas del Parlamento, y cualquier modificación requiere de un nuevo voto favorable de las dos. Además, no se puede formar ningún Gobierno si no existe una mayoría favorable en ambas cámaras.
Dicho sistema –que desde cierto punto de vista podría parecer un modelo de democracia consensual, puesto que obliga a un continuo proceso de mediación y búsqueda de acuerdos– se ha traducido en un sistema de gobierno ineficaz e irresponsable. Las políticas aprobadas no han sido el resultado de pactos atentos al bien común, sino, al contrario, de compromisos mediocres que no descontentasen a nadie. No solo se volvió difícil tomar aquellas decisiones estratégicas, pero políticamente complicadas, que se hacían necesarias, sino que, la responsabilidad de tal negligencia, siendo compartida entre una multitud de actores, no se podía imputar a nadie. La incapacidad de los Gobiernos italianos de llevar a cabo sus programas electorales ha sido uno de los elementos que ha contribuido mayormente al desencanto del electorado. Para muchos, las elecciones llegaron a parecer poco relevantes para decidir el futuro del país.
La trayectoria de Renzi no representa, en este sentido, una excepción. Las elecciones del 2013 terminaron con un sustancial empate entre tres partidos ideológicamente distintos y con la configuración de una mayoría diferente en cada cámara. La imposibilidad de crear un Gobierno de un solo color obligó al centro-izquierda a intentar el difícil camino de la gran coalición con algunos partidos de centro-derecha. No pudo con esta difícil coyuntura Enrico Letta, cuyo Gobierno naufragó en menos de un año. Solo el fuerte liderazgo impuesto por Renzi ha podido domar una situación parlamentaria tan heterogénea. Las limitaciones impuestas por la gran coalición, sin embargo, han sido evidentes a cada paso. Todos los proyectos legislativos propuestos se han tenido inevitablemente que diluir para poner de acuerdo a actores políticos diferentes y en buena medida alternativos. La reciente aprobación de la ley sobre las uniones civiles para las parejas homosexuales, por ejemplo, no ha podido incluir la posibilidad de adopción, a causa de las fricciones entre aliados. Este tipo de limitación ha afectado de la misma forma a la reforma del mercado laboral, a la aprobación de la nueva ley electoral o a la reforma de la educación.
La reforma constitucional, en la que Renzi está invirtiendo todo su capital político, apunta a solucionar definitivamente este problema. La voluntad es crear un sistema político en el cual los italianos puedan conocer el nombre del ganador en la misma noche electoral, y no después de meses de difíciles y muchas veces poco transparentes negociaciones. Tras la aprobación en el mayo pasado de una nueva ley electoral que pretende simplificar el caótico sistema de partidos, la victoria en el referéndum de octubre sería la coronación del proyecto renziano. Según la perspectiva del Gobierno, se trata de un paso fundamental para devolver sentido a la representación, responsabilizar a los gobernantes y desbloquear el sistema político. Para sus detractores constituye la culminación de un asalto a la democracia que, centralizando el poder en las manos del Ejecutivo, reduciría el papel del Parlamento.
Dos escenarios principales prefiguran consecuencias diferentes para Italia. En caso de victoria del Sí, Renzi tendrá la posibilidad de convocar nuevas elecciones con el intento de obtener la mayoría absoluta del Parlamento y empezar una fase de reformas políticas y económicas de amplio calado. En caso de victoria del No, el camino político de Renzi se acercará con toda probabilidad a su fin. La batalla se anuncia feroz, con un frente del No particularmente heterogéneo, que abarcará a buena parte del centro-derecha, la Liga Norte, el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo y la izquierda radical.
Para la política italiana se trata de una encrucijada histórica. Por un lado, un posible futuro de estabilidad política; por otro, una nueva fase de incertidumbre a la espera de un proyecto político que pueda por fin resolver la crisis política.
Published by: HuffingtonPost.es
0 comments