El sistema político italiano se ha demostrado capaz de resistir a todo intento de reforma. A partir de los años ochenta, todo proyecto que lo ha intentado ha fracasado invariablemente. Esto ha tenido que ver, en gran medida, con la configuración institucional plasmada por la Constitución del 1948. Una carta que, al haber sido escrita cuando todavía el desafío de los totalitarismos era manifiesto, tuvo como principal objetivo el de auto-limitar al poder ejecutivo, haciendo su ejercicio difícil y requiriendo de mayorías amplias y heterogéneas para la toma de decisiones. Si bien el objetivo de los constituyentes fue alcanzado, permitiendo a Italia superar fases de enorme tensión, sobre todo en la década de los setenta, los costos de la escasa capacidad de decisión del sistema se hicieron paulatinamente más gravosos. La necesidad de acuerdos entre fuerzas políticas diversas, y cada una con capacidad de veto, se tradujo en complicadas liturgias que permitieron el florecer de fenómenos clientelares y corruptivos. Además, hizo imposible aquellas reformas que con el pasar del tiempo se hacían necesarias, volviendo poco a poco obsoleta la máquina del estado e ineficiente a la economía.
La ambición de Renzi, al llegar al poder, fue la de romper con el estatus quo y llevar a cabo las reformas por tanto tiempo postergadas. Si bien, su aparición en el panorama político coincidió con el momento más agudo de la crisis económica, su apuesta principal se centró en la reforma del sistema político. Solamente cambiando la forma en que se toman las decisiones sería posible hacer frente adecuadamente a los problemas de Italia. Su programa se planteó entonces dos objetivos fundamentales, la reforma del sistema electoral y la del poder legislativo. La primera apuntaba a establecer un sistema mayoritario que permitiera gobernar al partido más votado de manera estable por 5 años. La segunda, a redefinir el papel del Senado, para limitar su poder en la formación del gobierno y hacerlo, de esta manera, más parecido a las segundas cámaras legislativas del resto de Europa.
La estrategia de Renzi se construyó alrededor de dos ejes. Por un lado, proponer un pacto constituyente entre centro-derecha y centro-izquierda que permitiera alcanzar los números necesarios en el Parlamento para llevar a cabo la reforma del sistema político. Con este propósito, entre muchas críticas, Renzi apostó por un acuerdo con Silvio Berlusconi, el polémico líder de la oposición conservadora que había sido condenado por corrupción pocos meses antes. El pacto planteaba una reconciliación nacional después de los veinte años de “guerra civil de baja intensidad” entre berlusconianos y anti-berlusconianos. De esta forma, se crearían las condiciones para aprobar las tan esperadas reformas institucionales y dotar a Italia de un sistema político capaz de responder por fin adecuadamente a las aspiraciones de sus ciudadanos.
El segundo eje consistía en la hegemonización y modernización del área política de centro-izquierda. Para ello, el primer paso consistía en la renovación del Partido Democrático, con el fin de depurarlo de los vicios ideológicos y estratégicos de las clases políticas post-comunista y post-democristiana. El nuevo partido debía abandonar, en las intenciones de Renzi, la actitud un tanto esnobista que había caracterizado al la izquierda y el prejuicio histórico en contra de la competición mayoritaria. Para cambiar el país se hacía necesario buscar abiertamente el consenso de la mayoría de italianos.
Tras un año en el poder, la evaluación de esta doble estrategia es ambivalente. El llamado “Pacto del Nazareno” con Berlusconi ha permitido aprobar parte de las reformas políticas, sin embargo, al tratarse de reformas constitucionales, faltan todavía algunos decisivos votos de la Asamblea. A día de hoy, por tanto, todavía no han sido aprobadas definitivamente ni la ley electoral ni la reforma del Senado. La dificultad mayor consiste en la imposibilidad para Renzi de gozar del apoyo de una mayoría clara y estable. En este sentido, el acuerdo con el centroderecha se ha revelado una apuesta arriesgada, constantemente a la merced de los vaivenes de Berlusconi, que, consciente de su declive, esta determinado a proteger sus intereses a toda costa.
Con respeto al segundo eje, el reto de construir un centro-izquierda mayoritario y post-ideológico parece haber dado sus frutos. En los últimos comicios europeos, el Partido Democrático obtuvo el 40,8% de los sufragios, batiendo todos sus records precedentes y logrando ampliar consistentemente su base electoral. En este sentido, la batalla de Renzi en contra de los sectores tradicionales de la izquierda italiana, presentes en los sindicatos, en los medios de comunicación, y en las burocracias estatales y parlamentarias, ha sido bienvenido por la sociedad italiana. Por otra parte, la propuesta de un discurso europeo crítico, pero alternativo a la retórica anti-euro y anti-Alemania, permitió a Renzi poner un freno al auge electoral del Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo y recuperar una parte importante de los electores que habían apostado por el ex-cómico.
La llegada de Renzi a la política italiana ha tenido, sin duda, efectos rompedores. En poco menos de un año, el joven líder ha pasado de ser alcalde de Florencia a gobernar el país, obteniendo un consenso antes desconocido para el centro-izquierda italiano. Este ha sido el resultado de un discurso fuertemente innovador y de un estilo político moderno, capaz de combinar a la vez idealismo y pragmatismo. Si bien la medida de su éxito hace difícil vislumbrar competidores creíbles y capaces de arrebatarle el poder en el inmediato futuro, no obstante, se observa también en estos días el constituirse de un heterogéneo frente de fuerzas políticas unidas con el solo objetivo de hacer fracasar las reformas. En este sentido, una vez más, el sistema político italiano mostraría su capacidad de resistencia a todo cambio.
La estrategia de un pacto nacional orientado a la reforma del sistema político se encuentra en estos días lastrada por la decisión de Berlusconi de romper los acuerdos en consecuencia de su relativa marginalización en el proceso de elección del Presidente de la Republica. Además, Renzi tiene que enfrentarse al desafío de la minoría interna de su propio partido que ha visto en el éxito de Syriza razón de nueva inspiración. En el caso de que las reformas fracasen, a Renzi no le quedaría más que apostar definitivamente por su proyecto político mayoritario: ir a elecciones y pedir a los italianos esa mayoría estable y cohesionada que hoy le falta. Con el sistema electoral actual, todavía no debidamente reformado, y la oposición de todas las demás fuerzas políticas, el resultado de esa batalla de Waterloo sería incierto. De momento, ni siquiera Renzi sabría si su papel acabaría siendo el de Napoleón o el de Wellington.
Published by: Europapress.es
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